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Oceanía

Prefacio del catálogo de la exposición Océanie, en la galería Andrée Olive, París, 1948.

“¡Hermanos, a quien parece bello
todo lo que viene de lejos!”

Charles Baudelaire

 

De un periodo a otro, un cambio en el gusto, muy observable, nos lleva a representarnos el arte de los diferentes lugares y épocas como si se inscribiese en una esfera en rotación continua, de la cual, durante el curso de nuestra vida, un aspecto bien localizado para nosotros sobrepasará por su atracción a todos los demás. Sería importante poder hacerse una idea de la manera en la que este movimiento giratorio obedece al desarrollo de ciertos ciclos más amplios, y responde, en la actualidad, a tales necesidades específicas. Sea como sea, así es como el escritor y el artista, en el último tercio del siglo XIX, atraviesan electivamente la influencia del arte japonés, mientras que el principio del siglo XX los ve abiertos a la interrogación al arte africano. Sabemos que el impresionismo da cuenta objetivamente de la primera de aquellas solicitaciones, el fauvismo, y el cubismo, de la segunda. En realidad, la tremenda indeterminación con que se toparon los primeros amateurs de objetos dichos “salvajes”, en lo que incumbe a su origen y al papel inicial de tales objetos, y la poca exigencia metódica que demostraron al reunirlos, no llevaron a excluir de sus colecciones tales obras radicalmente extranjeras al continente africano, pero más o menos confundidas con las demás bajo la grosera designación de máscaras y “fetiches”. Por parte de dichos amateurs se trata, primero, de una búsqueda instintiva que se ciñe a la intervención de ninguna jerarquía de valores, a salvedad del interés marcado por cierta nobleza, de piel más que de sangre, atestada por la “pátina”. Sin duda haya sido Picasso en único que encontró en ella algo más, ya sean por los elementos motores de la revolución espacial que opera en su obra entre 1907 y 1914, como por el secreto de una aprensión dramática del mundo, de la que no careció desde entonces. Entre aquellos objetos que forman un ensamblaje durante tiempo heteróclito, hay que subrayar que una primera indicación privilegiada, que no deja lugar a ninguna duda sobre su carácter deliberado, haya aparecido hacia 1913 en Apollinaire:

“Quieres ir a tu casa caminando
Dormir entre tus fetiches de Oceanía y de Guinea.”

Se hace hincapié formalmente sobre Oceanía, tomada en su globalidad, a expensas de África – dejando de lado a Guinea, cuya estatuaria no deja de representar, al igual que la de las islas de Oceanía, relaciones al menos fortuitas (Río del Sur). A partir de este momento, la oposición entre arte africano y arte de Oceanía se afirma y en los círculos interesados, que van ensanchándose, se presenta una lucha cuya meta debe de ser, para la sensibilidad moderna, el establecimiento de la preeminencia de uno sobre otro. Pese a que no admita en el palco más que una asistencia restringida, esta lucha no ha cesado hasta hoy de ser apasionada.

Es así como, estas últimas semanas, aparecían uno tras otro estos dos textos: “La máscara de Oceanía, tan reveladora como la de África, tan extraña si bien menos profunda, se eleva a veces hasta la transposición abstracta de los elementos plásticos realizados por los artistas negros, pero la mayoría de las veces se queda por debajo”, y “Lo que más me llamó la atención fueron estos fetiches de Oceanía, informes en apariencia, antiplásticos en todo caso, pero con un potencial increíble y de una eficacia continua justamente por su elusividad formal.” Como se puede ver, el conflicto se queda siempre en un punto álgido y la hora de arbitrarlo aún no ha llegado.

Pueden estar tranquilos. Siempre he tomado demasiado parte en este juicio como para que me atreva a erigirme en juez. Ser parte, sí, siempre. Se trataba, se trata aún para mí de la necesidad de hacer predominar una forma de conciencia del mundo sobre otra, de la que de hecho, reniego como tal, pese a sus pretensiones. Al menos en sus grandes líneas esta última respondería a la visión realista, y la otra a la visión poética (surrealista) de las cosas. Nada que sea común, salido del bosque con el que se hacen las flautas. De un lado de la barricada (a mi modo de ver) están las sempiternas variaciones sobre las apariencias exteriores del hombre y de los animales, que pueden naturalmente ir hasta el estilo, por una depuración gradual de estas apariencias (pero los temas siguen siendo pesados, materiales: la estructura que se puede asignar al ser físico – rostro, cuerpo –, la fecundidad, los trabajos domésticos, los animales con cuernos). Por otro lado se expresa el más insigne esfuerzo, inmemorial, para dar una idea de la interpenetración entre lo físico y lo mental, para triunfar del dualismo de la percepción y de la representación, para no ceñirse a la corteza y remontar a la savia (y los temas son aéreos, de los que más se cargan de espiritualidad, que yo sepa, los más punzantes, también: apuntan a las angustias primordiales que la vida civilizada, o al menos presentada como tal, ha hecho deslizarse bajo la roca, aunque no las vuelva menos perniciosas, de ningún modo, por estar reprimidas).

Oceanía… de cuánto prestigio habrá gozado esta palabra en el surrealismo. Habrá sido uno de los grandes guardianes de las esclusas de nuestros corazones. No sólo habrá bastado para precipitar nuestro ensueño en el más vertiginoso de los cauces sin orilla, sino que tantos tipos de objetos que llevan su marca de origen habrán provocado soberanamente nuestro deseo. Hubo un tiempo, para alguno de mis amigos de entonces y para mí, en el que nuestros desplazamientos, por ejemplo fuera de Francia, no estaban guiados más que por la esperanza de descubrir, al precio de investigaciones que no sufrían interrupción de la mañana a la noche, algún objeto de Oceanía, fuera de lo común. Una irresistible necesidad de posesión, que por otra parte no conocíamos del todo, se manifestaba a este respecto. Fomentaba como ningún otro nuestra codicia; de todo aquello que los demás pueden enumerar como bienes del mundo, nada podía igualarlo. Hablo de ello en pasado para no incomodar a nadie. Soy culpable, pareciera, ante ciertas personas, de seguir emocionándome de los recursos del alma primitiva, de haberme expandido recientemente sobre los especímenes del arte indio, o de las regiones polares hasta donde alcanzaba nuestra predilección común – el racionalismo más tozudo tiene hoy sus neófitos: sin duda hayan perdido la memoria y la gracia de esto, como del resto.

De mi juventud, he conservado los mismos ojos que algunos de nosotros hemos podido tener al principio, por estas cosas. El planteamiento surrealista, al principio, es inseparable de la seducción, de la fascinación que éstas han ejercido sobre nosotros.

Primero está la pasmosa disparidad del arte en estas islas, por su diseminación, su repliegue como abanicos de palmas cerrándose sobre sí mismos. Sólo una tímida línea punteada que llega a sus costas trata de dar cuenta de migraciones antiguas, pálidos fondos atestiguan las fusiones étnicas. El mundo de la imaginación aprovecha para dar aquí sus más exuberantes productos, que, a ojos del observador como a ojos de pueblos indígenas, eclipsan en gran parte al mundo real. Nunca ha proporcionado flores tan suntuosas como cultivadas de esta manera, en su aislamiento. Es a través de ellas que, arriesgando lo imposible, podemos estar tentados de hacer pasar el hilo de Ariana, que falta, sobre otro plano. Estas flores, cuando uno se ha quemado con el perfume de ultramundo de algunas de ellas, aspira a conocerlas todas. Varios de nosotros hemos pasado por esta fiebre: he aquí un tino de Ponapé o de Nukuor, en las Carolinas: aquí, la nariz, los ojos, las orejas, la boca humana se iban borrando. A medio camino, por ejemplo, de estas islas del archipiélago Bismarck, no podemos dejar de saber lo que pudo ser la figuración humana en las islas de Greenwich. Quien estima tener otras cosas más importantes que hacer nunca ha sido mordido poéticamente por el misterio de Oceanía.

También sucede que lo maravilloso, con todo lo que tiene de sorprendente, de fasto y de visión fulgurante sobre algo diferente de lo que podemos conocer, nunca, en las artes plásticas, ha conocido el triunfo que marca con tales objetos de Oceanía, de tan gran dignidad. Soñaríamos con poder acercar en una luz propicia las máscaras del dios de la guerra hawaiano –los nácares terribles de su mirada abrasadora en las plumas del ii–, algunas de las grandes construcciones en calados de Nueva Irlanda, repletas, en torno al hombre en trance, de peces y de pájaros, las más bellas máscaras de escamas y de paraísos del estrecho de Torres, las divinidades marinas, todas ellas rebosando seres humanos de las islas Cook y Tubai… que dominaría aún, en una rosaleda de máscaras sulka recorrida por trompas de mariposas de las máscaras baining, la gran máscara de Nueva Bretaña, de una suntuosidad sin igual, que se descubren en el museo de Chicago, –máscara de pan de azúcar como otras, pero coronada por una gran sombrilla a la cúspide de la cual se sitúa, en una actitud espectral, una manta religiosa de dos metros, con su médula de saúco rosa, como el resto de la máscara. El que no se haya encontrado nunca en presencia de este objeto ignora hasta dónde puede ir lo sublime poético.

Sin embargo, las grandes dimensiones y la fragilidad de un buen número de estos objetos hacen tan improbable su reunión que hace falta saber hacerlos entrar mentalmente en el tapiz, para ponerse en comunicación física con otras, más accesibles, que valen la pena. Los que aquí están reunidos participan del mismo fulgor que los demás. Responden para nosotros al tipo de estos objetos con halo que nos subyugan, y aún hemos de honorarlos como lo merecen. Por mi parte, muchas veces necesito volver a ellos, despertarme mirándolos, cogiéndolos en mis manos, hablándoles, acompañándolos hacia los lugares de donde vienen, para conciliarme los lugares donde me encuentro.

André Breton

 

Las descripciones de esta categoría, establecidas como tales por los expertos en 2003, serán ahora moderadas por Anthony J. P. Meyer, y complementos de información podrán ser proporcionados por Philippe Peltier.

 

165 Obras
 
False

Appuie-tête sépik

-
Inconnu

Appuie-tête situé au sol, devant le Mur de l'atelier d'André Breton.

Une image, une notice descriptive, un musée.

False

Assommoir à cochons

-
Inconnu

Assommoir sculpté en bois avec rehauts de peinture.

Une illustration, une notice descriptive.

False

Bambou gravé

-
Inconnu

Fût cylindrique de tatoueur, gravé de modèles.


Une image, une description, un musée, une exposition, une bilbiographie.

False

Bambou gravé kanak

-
Inconnu

Fût de bambou historié de scènes, nombreux personnages dans différentes situations, animaux et ustensiles variés.

Deux illustrations, une notice descriptive.

False

Battoir à tapa

-
Inconnu

Battoir quadrangulaire, manche simple, tête striée. La forme est commune à différentes cultures polynésiennes.

Une image, une notice descriptive.

False

Bol

-
Inconnu

-

Bol marquisien en tamanu ou takamaka (calophyllum inophyllum), à quatre pieds et à couvercle orné d'un tiki, datant du 20e siècle.


Deux images, une notice descriptive, une bibliothèque, une exposition, un musée.

[Photos d'objets] photos d'objets dans l'atelier

False

4 boomerangs, 1 churinga et 1 figure zoomorphe

-
Inconnu

Boomerangs et churingas appuyés contre le mur de l'atelier d'André Breton, à l'extrémité gauche.

Six images, six notices descriptives, un musée.

False

Bouchon de flûte anthropomorphe

-
Inconnu

Personnage masculin debout, tête démesurée, crâne en obus avec coiffe, diadème de plumes, yeux incrustés de nacre.

Une image, une notice descriptive, une bibliographie.

False

Bouchon de flûte

-
Inconnu

Bouchon de flûte anthropomorphe originaire de la région du Sepik (Papouasie-Nouvelle-Guinée) placé le long du mur de l'atelier d'André Breton.

Deux images, une notice descriptive, un musée.

False

Bouclier

-

Bouclier cérémoniel en bois polychrome des îles Trobriand, daté de 1895.
Trois images, une notice descriptive à compléter, une exposition, une bibliographie.

False

Bouclier Asmat, Irian Jaya

-
Inconnu

Bouclier provenant de la région Asmat, faisant aujourd'hui partie de la province d'Irian Jaya en Indonésie. Objet placé le long du mur de l'atelier d'André Breton.

Une image, une notice descriptive, un musée, deux albums.

False

Bouclier papou

-
Bouclier situé sur le mur de l'atelier d'André Breton.
Une image, une notice descriptive à compléter, un lien.

False
False

Bracelet d'archer

-
Inconnu

Bracelet placé sur l'étagère supérieure du Mur de l'atelier, à l'extrémité droite.

Deux images, une notice descriptive, un musée.

 

False

Canne

-
Inconnu

Canne placée contre le mur de l'atelier d'André Breton.

Une image, une notice descriptive, un musée.

False

Casse-tête biface u'u

-
Inconnu

Grande massue biface u'u

Une image, une notice descriptive, une bibliographie, des expositions.

False

Casse-tête biface U'u

-
Inconnu

-
Massue des Marquises en bois de fer ornée de tikis en ronde-bosse et d'« yeux solaires ».
Une image, une notice descriptive, une exposition, une bibliographie.

1991, La Beauté convulsive, centre Pompidou

False

Casse-tête Ua

-
Inconnu

Bâton sculpté de deux visages humains se partageant une même coiffe peignée en dôme.

Une image, une notice descriptive, une bibliographie, une exposition.

False

Churinga aborigène

-
Inconnu

Churinga en pierre.

Une image, une notice descriptive complète, une exposition, une bibliographie.

False

Churinga aborigène

-
Inconnu

Churinga en bois de forme oblongue.

Une image, une notice descriptive.

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